Biarritz, Dormida Soledad...

San Pedro, patrón de marineros y de las ciudades que se consideran marineras. Por tanto, festivo en Gijon, y yo, devoto de las fiestas religiosas que hacen puente,  con un millon de ideas, ganas de viaje y dar una sorpresa. Como siempre.

Ella que se deja llevar y se sube a un avión en Sevilla para aterrizar en Bilbao sin saber que destino le espera los dias siguientes. Hace falta ser valiente para ello y yo tengo suerte de encontrar alguien así de valiente.

 

Llego a Bilbao ya de noche, sin nada que contar, es la misma monótona autopista de siempre, un par de vueltas para encontrar la calle del hotel en pleno casco viejo y a tapear por ahí. Curioso me parece siempre Bilbao por cuanto es muy parecido a Gijon, Aviles, a la costa que yo conozco. Siempre que voy es como estar en casa.

I Gijon - Bilbao

Madrugamos a nuestra manera y comenzamos camino, desconocido para alguna. Nos cuesta un poco salir de la ciudad entre tráfico y obras, la carretera es un pequeño infierno entre fábricas, polígonos y zonas industriales. Afortunadamente la moto, ágil, sortea obstaculos, adelanta con poderío y vamos dejando atrás todo aquello que no necesitamos. Poco a poco la carretera mejora, el tiempo nos sonríe y nos dejamos llevar, mecidos por el viento hasta encontrar de frente el mar. Y eso nos posibilita recorrer una de las carreteras para mi gusto mas bonitas de España, ese tramo de cielo, monte y mar que está entre Deba y Zarautz.

 Las olas lamen los arcenes, hoy la mar esta tranquila y dan ganas de lanzarse a nadar, a cubrirse de salitre y sentirse hombre-oceáno. Pero no es este nuestro destino en este periplo, continuamos hasta San Sebastian y la pasamos con cierta confusión, han cambiado todos los letreros de la carretera y la NI desaparece y no se en que se convierte. Al final y creo que no es casualidad, acabamos en la autopista de peaje y cogemos la salida de Oiartzun para luego llegar a Irún. Y de Irún, con Francia a nuestra izquierda, apenas a un par de brazadas, tomamos dirección sur por la N120 hacia Pamplona. Todo esto aderezado con unas cuantas rotondas mal tomadas y muchas dudas, ya que no queria sacar el plano para que no se imaginara cual era nuestro destino. Por eso en Vera de Bidasoa giramos hacia la montaña, hay dos caminos que nos lleven a lo alto y cojo uno cualquiera, el de la izquierda, que poco a poco a traves de una serpenteante carretera nos conduce entre bosques, curvas y monte, a una pequeña pradera.

 En lo alto, una descarnada frontera, solo perceptible por el cambio en el asfalto y en la señalizacion porque no hay ni una mísera indicación de entrada en Francia. Tan imperceptible es la frontera que ella no se da cuenta de que está en un nuevo pais, otro pais en la mochila para su curriculum viajero aunque no se sabe si contar con el pais vasco frances o Francia, cosas de la geopolitica. Tiramos por una dirección cualquiera, los pueblos que pasamos no aparecen en mi mapa asi que toca preguntar. Me sorprendo del acentazo que tienen los aborigenes del pueblo pero con dificultades entiendo sus explicaciones y finalmente llegamos a Ainhoa.

 Lo denominan el pueblo más bonito de Francia, me parece excesivo el titulo para un pueblo que es apenas una calle con pinta de artificial y poco mas. No por ello es un pueblo feo, al contrario, es un pueblo de postal pero me resisto a creer que no haya nada mas bonito en todo el pais. A la entrada del pueblo esta esperandonos una de esas sorpresas que te hacen recuperar la fe en la humanidad y los foros de motos. Tux, paisano y motero, ha salido pronto de currar para rodar un poco con nosotros, que hemos llegado tarde tardisimo, nos lleva a comer a un sitio cojonudo otra vez de vuelta en España, nos paga un agua y con las mismas se va y no se queda ni a comer, dejandonos con la amarga sensación de quedar en deuda con un desconocido que se ha brindado con toda la grandeza del mundo.

 

 Comemos gloria y retornamos al pais vecino a traves de una frontera algo mas seria que la primera, con sus estancos, sus gasolineras y sus tiendas para ahorrar unos centimillos. Cogemos dirección norte a través de paisajes de cuento, tipicas casas vascas, verdes pastos, campos verdes para llegar al mar azul y gris. A una ciudad que yo tenia en mente desde hace tiempo por cuanto representaba de lujo, de abundancia, por sus vista al mar, ese que me acompaña desde mi niñez. Biarritz.

 Habia escogido un hotel con encanto pero economico, Hotel La Marine y la verdad es que fue un acierto, en pleno centro, coqueto, de decoración marinera, azul suave y moqueta marron, contraventanas blancas y una escalera que cruje con elegancia.

La moto se queda aparcada en una pequeña plaza con vistas al puerto y nos preparamos para recibir más visitas. Ahora toca la de Ugaitz.

 Planeando el viaje sabia que podía contar con su colaboración y asi fue, en cuanto contacté con él su disposición y ayuda resultó abrumadora, rozando casi el acoso. Y en cuanto nos adecentamos, se acercó a vernos y gentilmente guiarnos por la recoleta y dulce Biarritz. Otro ejemplo de generosidad y atención, con el que aumenta nuestra deuda con la sociedad.

 Durante el paseo recorrimos los encantos de esta villa de vacaciones de la burguesía francesa, lujosa, elegante, con un punto chic, con sus tiendas carísimas y su pequeño puerto pesquero, un casino a punta de arena y profundas vistas al mar, casonas mostrando el dinero de sus dueños, grandes palacetes que parecen pequeños castillos, iglesias de piedra gris, tiendas para turistas y rodeando todo esto, el mar, bravo, firme, interminable, un mar en el que cabalgan surfistas y se baña la gente bien, al que cortejan miles de paseantes seducidos por sus largos paseos marítimos, de playa a playa y de mirador en mirador y en el más destacado, el que se adentra en el agua por un pequeño puente, una virgen en una roca frente al mar furioso y un sol que al atardecer se esconde tras España. Condimentando todo esto, la conversación y la atencion de Ugaitz. A este por lo menos lo pude invitar a cenar. Pocos platos hay mas representativos en la cocina francesa que las crepes, producto de una región musicalmente maravillosa que no quiere ser francesa y no se lo permiten. Tras la cena, helados y nos quedamos solos para dar una pequeña vuelta por el ambiente nocturno de la villa.

II

Amanecemos ya a media mañana, la idea era coger la moto para seguir recorriendo el pais vasco francés pero se nos alarga el desayuno a base de donuts rellenos de mermelada y zumos, el paseo a lo largo de una playa nos conduce hasta el faro del extremo del pueblo y a mi siempre me han hecho mucha ilusión los faros, luminosos, erguidos frente a la tormenta y la soledad, sirviendo de guia a los perdidos y de referencia a los inseguros, asi que no había opción de no subir. Pagamos 2€ por subir sus 248 escalones con cuidado de no dejarnos la cabeza y así salimos a la barandilla de la lucerna, a 80 me de altura y vistas al mar, la villa y los montes. Es un dia tipicamente norteño, trazos de cielo azul, nubes de tormenta, rachas de aire frescas que a veces traen esporádicos chubascos, asi que entre aire, agua y mar desterramos la idea de coger la moto. Además, no se como ni porque, cuando viajo me olvido de comer, son las 4 de la tarde y no hemos comido nada desde el desayuno.

Tras comer seguimos con el agradable paseo, deshacemos el camino a través de la costa de piedra, agua y arena, se hace querer esta pequeña villa con su aire gentil, bohemio, aburguesado, avejentada quizás pero nunca demodé, sigue siendo elegante, señorial y educada.

La noche nos pilla deambulando por ahi, entre más turistas, pijos, surferitos, niñas monas, parejas de ancianos, grupos de vejestorios, guiris, un poco de todo como en todo lugar turistico.

 

III

Toca volver, juega España la final de la Eurocopa y alguien tiene que coger un avión.

Tras el desayuno, sabrosas tartas vascas de hojaldre macizo y cerezas, cogemos la moto para recorrer la carretera de la Corniche, bellisima, dulce, complaciente ruta a la orilla del mar, montada sobre unos recios acantilados, recorriendo un montón de pueblos de nombre conocido, acercandonos poco a poco de vuelta a España.

Cruzamos la frontera y conforme nos acercamos a San Sebastián empieza a llover y nosotros tenemos los ajustes de seco asi que cogemos la autopista de peaje y a Bilbao tranquilamente para comer por el casco viejo y a la hora que me parece prudente la dejo en el aeropuerto que tengo que llegar a tiempo para ver el partido. No se como me permite estas cosas pero soy un tipo con suerte. Apenas 2 horas y pico más tarde estoy en Gijon, me cambio y llego con el tiempo justo al bar para ver el partido, que gran cosa, un 4-0 espectacular, de esos momentos que recordaré toda la vida. Al igual que la villa señorial que como cantaba Amaral:

Biarritz, dormida soledad, lleva tus pasos hacia el mar, Que no despierte ya, Que no pueda escapar...

 

 

Biarritz y por extensión, todo el prepirineo navarro, la costa vasca, la francesa y la española es un pequeño paraiso, recoleto, amasable, dulce y tierno, una delicia para los sentidos que tocará volver a disfrutar cualquier dia de estos, muy cercano para los que vivimos en el norte.

 Un foro que ayuda, una moto, una carretera y un destino brillante por delante, asi es fácil ser feliz. Y si la compañía acompaña entonces la ecuación sale perfecta.

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